La 2 ofrece este año unas Campanadas muy especiales. A las 23.30 horas empieza 'Un cuento para Año Nuevo', una producción propia y original de TVE, dirigida e ideada por Pablo López Leis y realizada por Luis Campoy y bajo el patrocinio cultural de la Fnac, en el que se propone a los espectadores un juego creativo, en el que 12 artistas de diferentes disciplinas crean e interpretan un cuento para televisión. No existen precedentes de la realización y emisión de un proyecto de estas características en televisión.
Sobre la base de una historia original escrita por el novelista Juan José Millás, otros once artistas pertenecientes a los más variados campos creativos reinterpretan diferentes fragmentos de ese cuento utilizando los instrumentos y el lenguaje propio de su oficio. El resultado es una película que unifica todas esas piezas y narra el relato.
Literatura (Juan José Millás)
Interpretación (Rafael Álvarez "El Brujo")
Interpretación Musical (Amaral)
Pintura (Jorge Galindo)
Fotografía (Isabel Muñoz)
Danza (Sol Picó)
Teatro/Escenografía (Rodrigo Zaparaín)
Cómic/Ilustración (Miguel Gallardo)
Escultura (Ana Laura Aláez)
Arte Urbano (La Fura dels Baus)
Cine (Juana Macías)
Composición Musical (Suso Sáiz)
"La parte de atrás"
De Juan José Millás
Soñé que salía a la calle y que todo estaba de espaldas. Sólo se veía la parte de atrás de
las casas y la nuca de las personas y los traseros de los perros y las colas de los pájaros.
Caminaba por un callejón trasero que en vez de mostrar los escaparates de las tiendas,
enseñaba su parte de atrás, su lado oscuro. El mundo me había dado la espalda. Giré la
cabeza hacia atrás, pensando que, de ese modo, vería narices, ojos, bocas, párpados,
pero mirara donde mirara sólo había nucas, nalgas, omoplatos. Una vez que me
resigné al espectáculo, me di cuenta de la poca atención que le prestamos a esta parte
del cuerpo y de la realidad. Trabajaba, en el sueño, como ayudante de un fotógrafo
que sólo fotografiaba el envés de las personas y las cosas. Naturalmente, yo sólo veía
la espalda del fotógrafo. Las paredes de su estudio estaban llenas de retratos de
personas que sólo enseñaban la nuca. En medio de todas aquellas fotografías, vi la de
un árbol que resultaba una rareza, pues los árboles no tienen parte de delante ni de
atrás. ¿Los hace eso más perfectos?.
Vivía con mi esposa y cuatro hijos, todos de espaldas a mí. No sabía de qué color
tenían los ojos, ni si eran guapos o feos. Mi mujer poseía unos omoplatos suaves, dos
bultitos que me gustaba acariciar. Me excitaban casi tanto como unos pechos. Pero
por más que intentaba, cuando hacíamos el amor, colocarme en una postura que me
permitiera verla por delante, ella actuaba de tal modo que siempre me mostraba el
mismo lado. Teníamos un canario que siempre me daba el culo, aunque no paraba de
cantar. La jaula, como el árbol, no tenía más que un lado, pues era redonda y
completamente simétrica. Por la noche, después de cenar, nos sentábamos frente al
televisor, pero yo sólo veía su tubo, y las nucas de los componentes de mi familia. La
nevera, al estar de espaldas, tenía la puerta pegada a la pared, por lo que resultaba,
para mí al menos, completamente impracticable.
La vida cotidiana estaba llena de pequeñas dificultades, pues en vez de cepillarme los
dientes, tenía que conformarme con raspármelos por la parte de atrás del cepillo. Y
para sacar la crema del dentífrico tenía que forzar el culo del tubo. Naturalmente,
llevaba las camisas del revés, lo que constituía una tortura a la hora de abrochar sus
botones. Lo peor, con todo, eran los libros, pues sólo se podían abrir por atrás. Al
principio los leía de atrás hacia delante, pero pasado el tiempo comencé a leerlos
directamente del revés. Quiero decir que la realidad dio de súbito, aunque con la
naturalidad con la que se viven las cosas más raras en los sueños, un cambio sutil, de
manera que a partir de determinado instante las cosas no sólo estaban de espaldas,
sino al revés. Mi familia, por ejemplo, llevaba las vísceras por fuera, igual que el
canario. Y en lugar de decirme buenos días, decían said soneub.
Salí a la calle y vi que le habían dado la vuelta como a un calcetín. Los grandes edificios
tenían todo su interior al aire libre. Veía a las personas, si se podía llamar así a aquellas
calamidades, por los pasillo de sus casas. No había fachadas. Las fachadas estaban
ahora en la parte interior. Todo era un caos de tuberías, de tripas, de infraestructuras
al aire libre.
Me desperté sin agobios, pero extrañado. Antes de colocarme los calcetines, me
aseguré de que estaban del derecho. Lo mismo hice con la camisa y con la camiseta.
Me despedí de mi mujer y cogí el coche, pues ese día tenía que viajar. Como iba bien
de tiempo, en vez de tomar la autopista cogí una carretera secundaria. Advertí que el
paisaje de esta carretera era en cierto modo la parte de atrás del que se apreciaba
desde la autopista. Sin darme cuenta, había vuelto, ya despierto, a la parte de atrás.
Sonreí imaginando que el siguiente paso consistiría en viajar por el revés de la realidad.
A la sonrisa le siguió un movimiento de pánico. Dio la casualidad de que pasé junto a
una gasolinera que estaba de espaldas a la carretera (seguramente daba el frente a la
autopista). También vi la fachada trasera de varios restaurantes. Comprendí que debía
regresar enseguida a la autopista, pero no veía el modo; no había ninguna indicación
que la anunciara. ¿Y si me resigno, me pregunté, a llegar a mi destino viajando por la
parte de atrás? Lo hice, me resigné, pero con mucho miedo. Comprendí, al terminar el
viaje, hasta qué punto estamos habituados a vivir sólo en una parte de la realidad. Es
un error, como si sólo habitáramos una parte de nuestra casa, o de nuestro cuerpo.
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